8/7/09

LUIS CLARAMUNT EN EL PALACIO MOLINA, CARTAGENA.


El Paso al Ecuador de Luis Claramunt. ( fragmentos del texto de Francisco Rivas para el catálogo de dibujos de “Los secretos del Mar Rojo”)

…/..Dueño de un perfil inconfundible y acanallado, Claramunt saltaba a la vista, no era un principiante sino un pintor hecho y derecho con un dominio absoluto de sus recursos, que no eran pocos. Era sobre todo, un pintor absolutamente original, cuya obra no estaba aquejada por los típicos guiños a la galería y a las últimas modas. Era uno de esos artistas que rompen el molde al nacer, cuyo carácter les impide adscribirse a escuela alguna y aún menos fundar una propia, un artista solitario, único, lo que no era óbice para que profesara una admiración incondicional a una serie de grandes maestros de los que tanto había aprendido, generalmente de su misma calaña: Daumier, Fortuna, Novell, Soutine…y por encima de todos, Picasso. Frente a estos “rara avis” no caben las medias tintas, tan sólo el entusiasmo incondicional o el rechazo absoluto. Así pues, desde aquel primer encuentro yo me convertí en uno de los más fervorosos partidarios de Claramunt en la capital, e ingresé de pleno derecho en una secta tan selecta como canija cuyo Intendente Mayor era Eloy el Torero, eximio transportista y la persona que más obras de Claramunt ha porteado por toda España y buena parte de Europa.

El Buque era el título de la obra más impactante de aquel desembarco del 84. …/.. Y sobre el lienzo, aquel carguero bilbaíno aparecía representado en un airoso escorzo- las composiciones en diagonal le privaban- como una enorme bestia agazapada y dispuesta a saltar en cualquier momento sobre el espectador. El negro y el rojo oxidados de la chapa, los celajes plomizos del Cantábrico, el agua aceitosa del puerto, la grisalla, los gruesos y chorreantes brochazos- siempre se definió con humor como “un hombre de brocha”- todo se confabulaba para ofrecernos una imagen dura, oscura, melancólica, de gran fuerza poética y enorme poder de evocación.

Luis arrastraba fama de animal urbanita que él mismo se encargaba de cultivar con fruición. “ Tengo un adoquín en la mesita de noche”, decía. Y bien es verdad que se pasó la vida pateando las calles, frotándose con las esquinas, rozándose con la gente. Pintó innumerables ciudades, paisajes y escenas urbanas, pero no lo es menos que su abanico de intereses era mucho más amplio. También pintó excelentes paisajes del natural, bosques, desiertos, islas volcánicas y barcos, muchos barcos y marinas. Los cronistas de Indias, Conrad, Monfreid o Mac Orlan, estaban entre sus autores de cabecera y a “la línea de sombra” le dedicó series de obras, exposiciones, traducciones y experimentos de artesanía editorial. En 1984, de alguna manera, Luis Claramunt estaba atravesando el paso al ecuador de su carrera, su propia shadow line. …/...



No hay comentarios: